MAZATLÁN.— Rubén Rocha, gobernador de Sinaloa, describió a Ernesto Coppel, quien comandó la inversión privada por mil 200 millones de pesos del Nuevo Acuario del Mar de Cortés (AMC), como un “rico relajado” que sabe para qué sirve el dinero.
Afirmación que el empresario mazatleco respaldó con la pregunta inicial de su discurso: “¿Ño que ño?”, porque muchos decían que el acuario ya no se haría.
Claro que cuando Guillermo Zerecero, quien está culminando su ciclo como director de la obra, le comunicó que, de los seis licitantes, cinco se habían retirado y que, si no entraba, se perdería la Asociación Pública Privada (APP) y los 600 millones de pesos del gobierno federal, a Coppel no le dio tanta risa.
Menos porque, con la pandemia, la inflación global, el replanteamiento del diseño arquitectónico de la obra y los incrementos en los costos de construcción, tuvo que juntar mil 200 millones por, como dijo, “andar de hablador”.
Incluso, alguna noche Coppel perdió lo “relajado”, pero después apechugó y le dijo a José Luis Mogollón, su yerno y presidente de Kingu Mexicana, la empresa creada para representar la parte privada de la APP, y a su equipo de Grupo Pueblo Bonito (GPB), que comanda Alberto Coppel, que negociaran los créditos y juntaran la cantidad requerida.
Así es que el mazatleco, quien dice firmar incluso sus comidas, también puso su rúbrica junto con las garantías para que BanCoppel y Bancomext financiaran la parte que faltaba del que ahora es el acuario más grande y moderno de América Latina.
El AMC cuenta una historia a través de la arquitecta Tatiana Bilbao, donde un edificio con más de 20 mil metros cúbicos de concreto emerge del fondo del mar, después de haber estado hundido por el cambio climático.
Así es que, en esta ficción arquitectónica, éste es el acuario que “reapareció” en el siglo XXIII con sus paredes “lloronas”, escurriendo agua salada o con olas que van y vienen en uno de los muros de acrílico.
Son 20 mil metros cúbicos de concreto, 126 estructuras metálicas, 150 de acrílicos desarrollados por una empresa japonesa que, junto con otras de Estados Unidos, Turquía y Portugal, construyeron esta nueva razón para visitar o ampliar una estancia en Mazatlán.
Está previsto que en 15 años se pagarán los créditos, pero Carlos Berdegué, presidente de la Asociación de Hoteles y Empresas Turísticas y viejo competidor de Pueblo Bonito, comentó que seguramente lo harán antes.
El también presidente de hoteles El Cid firmó un desplegado apoyando la obra, aunque se rio bastante cuando este columnista le dijo que a lo mejor Pueblo Bonito llevaría al acuario unos vendedores de tiempos compartidos. “No lo dudo, no lo dudo”, aceptó.
Coppel, en plan de filántropo, dijo también en su discurso que el AMC albergará un centro de investigación y dará oportunidad a los niños para descubrir el que Jacques Cousteau describió como el “acuario del mundo”.
El gobernador Rocha, en tanto, reveló que había alcanzado otros acuerdos con Coppel: primero, que cuando vaya a Mazatlán le prestará una villa gratis en el hotel Emerald Bay y, segundo, que paulatinamente se integrarán las instalaciones del viejo acuario con sus pingüinos y lobos marinos.
Pero tampoco evitó terminar con otro elogio a este “empresario relajado”, quien también sabe que “el dinero sirve para extender sus beneficios a la sociedad”.