COMENTARIOS AL VUELO POR ROSARIO AVILÉS
La principal actividad de las redes sociales en las últimas semanas ha sido comentar el anuncio de que el avión Boeing 787 “Dreamliner”, que fue adquirido por el gobierno de Felipe Calderón en 2012 y asignado como el TP-01, es decir, el avión que transporta al presidente de la República, fue devuelto a México después de estar un año en California y, debido a que no se ha encontrado un posible comprador como había anunciado Andrés Manuel López Obrador, se estudia rifarlo.
Lo cierto es que el tema tiene mucho de mediático y un problema de fondo. Más allá de los memes, de los litros de tinta y los bites gastados en ello, lo importante es saber: ¿un país como México requiere o puede darse el lujo de tener un aparato de este tipo al servicio de las giras presidenciales?
NO LO TIENE NI OBAMA
Durante la pre campaña y campaña presidencial de 2018, el candidato de Morena, el hoy presidente López Obrador, criticó acremente la compra y el uso por parte del presidente de la República de la aeronave, bautizada como “José María Morelos y Pavón”, la cual tuvo un costo de 210 millones de dólares, mismos que ya pagó Banobras, de los cuales 130 correspondían al aparato y 80 a las adecuaciones que se le incorporaron para dotarlo de infraestructura que diera servicio a las giras presidenciales, sobre todo las de largo alcance.
Hay que decir que la compra y uso de un avión o varios de ellos para uso de la Presidencia, fue una práctica que se inició en el sexenio de López Portillo, puesto que antes el presidente en turno solía utilizar los aviones de las empresas de aviación civil del Estado, como fue Aeroméxico en su momento. El primer avión “de fábrica” fue adquirido por Miguel de la Madrid debido a que el que él utilizaba presentó algunas fallas y se consideró que el presidente debía ser resguardado como parte de una política de seguridad nacional. Tal avión fue un Boeing 757 que estrenó el presidente Salinas.
Hay que decir que durante el sexenio de éste, el avión desquitó con creces su costo, a pesar de las muchas críticas a que estuvo sujeto. Esto por tres razones: en un país como el nuestro, con una orografía tan complicada, el traslado de un presidente y su comitiva se hace muy complicada por tierra (ya no digamos por ferrocarril, como se había estilado hasta los años 60). Otra razón es que la paulatina internacionalización de la política mexicana requería de un transporte seguro y eficiente.
La segunda razón tiene qué ver con la necesidad de disponer de seguridad, agilidad y privacidad en vuelos donde un primer mandatario asiste a reuniones internacionales. Y la tercera es que para una aerolínea comercial, sea mexicana o extranjera, es muy complicado trasladar jefes de Estado, en particular si estamos hablando de un país que está catalogado como la 13ª economía del mundo. Es decir, seguridad y eficiencia, se imponen.
El slogan que acuñó el presidente y que se hizo famoso fue: “ese avión no lo tiene ni Obama”. Esto, desde luego, es una exageración. El presidente Obama (o ahora el presidente Trump) tienen un par de aviones (gemelos) de cuatro motores y con artefactos mucho más sofisticados y caros. Sin embargo, aquí lo importante es que necesitamos cuidar a nuestro presidente y la seguridad de todas las operaciones comerciales. Y si el Dreamliner no tiene comprador, lo más eficiente es conservarlo para uso del gobierno.
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