Un tren que pasó encima de todo

 
Carlos Velázquez
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Hace medio siglo, en 1973, concluyó la construcción de la carretera federal número uno o Transpeninsular que conecta de Tijuana a Los Cabos; sin ella no se explicaría el actual desarrollo de la península de Baja California, pero también fue parte del espectacular endeudamiento público durante el gobierno de Luis Echeverría.



Este año el presidente López Obrador ha visitado repetidamente el sureste de México para revisar los avances del Tren Maya y el pasado fin de semana ya recorrió algunos trayectos a bordo del convoy que alcanzará los 200 kilómetros por hora, con una velocidad de crucero de 160.

El tren pasó encima de amparos, normas medio ambientales, sitios restringidos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y sobre los llamados a la sensatez de muchos empresarios, que siguen poniendo en duda la rentabilidad económica del proyecto.

Con este tren, el nuevo aeropuerto de Tulum y el puente en Cancún que pasa encima de la Laguna Nichupté, la Península de Yucatán tiene una infraestructura distinta a la de hace seis años.

Según cálculos conservadores, la inversión final del Tren Maya será cercana a los 400 mil millones de pesos, 2.5 veces más respecto al cálculo inicial.

Un arquitecto que se comprometiera a construir una casa con 4 millones de pesos y que la entregara con un costo de 10 millones, al menos sería demandado por los dueños.

Pero este “arquitecto” ni siquiera tiene que rendir cuentas, porque él decide qué hacer con el dinero público y podría argumentar que al proyecto le pegó la pandemia, el incremento global de los precios del acero o la inflación mundial, pero ni siquiera tiene que molestarse en ello.

Económicamente era más racional evitar el tramo de Cancún a Tulum ampliando la carretera; además es ilógico que las estaciones no estén ubicadas estratégicamente ni para conectar a las poblaciones ni para visitar los principales sitios de interés.

En diciembre sólo estarán listos tres tramos, así es que seguramente se sumará a las entregas a medias como la refinería de Dos Bocas.

La mayor duda es si fue adecuado haber invertido esa pila de dinero, para impulsar una obra que dará sus mejores frutos dentro de tres, cuatro o cinco décadas.

Qué tan caro fue el precio de esta audacia, lo sabremos si de verdad el nearshoring y la recomposición de los negocios en el mundo llevan a México a un nuevo estadio económico y si uno o varios desastres nacionales no le cobran un precio enorme a la actual vulnerabilidad financiera de México.

En el mejor de los casos, será dentro de algunas décadas cuando esta obra de infraestructura dejará de ser un elefante blanco y seguramente para entonces ninguno de los jóvenes de entonces sabrá quien fue López Obrador, como hoy nadie recuerda a Echeverría.

Divisadero

Margaritaville. Vaya historia la de Jimmy Buffet, el músico que escribió el exitoso himno al estilo de vida con flip flops, camisa floreada, bronceándose al rayo del sol y bebiendo unas margaritas.

A partir de ella hizo un emporio de souvenirs, restaurantes, hoteles, un par en Riviera Maya aliado con Karisma de Rafael Feliz, Lubo Krstajic y Edilbrando Pérez; para morir este fin de semana, a los 76 años, con una fortuna de mil millones de dólares y víctima de cáncer de piel, precisamente por tantos días de sol junto al mar.

 



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Periodista apasionado de los viajes y de entender y comunicar cómo funciona la industria del turismo.

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