Si los directivos de Aeroméxico, Delta y el Fondo de Inversión Apollo registraron el mensaje del presidente López Obrador sobre la importancia de que el equipo de dirección siga siendo mexicano; el mandatario también aprovechó la ocasión para impulsar la “enésima” versión de su historia sobre el avión presidencial.
Ese mismo que ni Obama pudo tener, el que prueba cómo derrochaban el dinero público los gobiernos anteriores al suyo y, además, le pidió al equipo de Aeroméxico, con Andrés Conesa al frente, que se encargue de rentarlo para hacer fiestas.
Una cosa es que durante dos años y medio de este gobierno, Aeroméxico le haya facilitado sus servicios al Ejército Mexicano para mantener el aparato en buenas condiciones, pues es el único que cuenta con técnicos especializados para ello, y otra que se convierta en una Destination Management Company (DMC) para hacer “negocios” con el avión.
En realidad son pocos los casos exitosos de aviones con un fuselaje de ese tamaño, cuya operación privada sea un negocio rentable.
Hace cuatro años, por ejemplo, la naviera de lujo Crystal mostró en la Semana Virtuoso en Las Vegas un avión configurado para realizar viajes grupales con gran lujo.
En el primer tercio del avión Crystal instaló un bar y mesas para banquetes de manteles largos, luego estaban los sillones, todos anchos y reclinables 180 grados para volverse camas.
Precisamente era uno de estos Bizliners como se les llama a los aviones de fuselaje ancho, que han sido configurados como aviones privados.
Un año después Crystal canceló su proyecto, pues fue incapaz de rentabilizarlo dado que no se requiere de un sistema de reservaciones como el que tiene una naviera, o una aerolínea, sino la capacidad comercial para mantener el avión “haciendo fiestas” todo el año, como dijo el presidente, con algunas de las personas más adineradas del mundo.
Banobras pagó un estudio en 2015 que realizó la firma británica Ascend, para analizar las opciones para el avión presidencial que tiene motores de menor tamaño a los comerciales y una configuración que sólo le serviría a un magnate o a un jefe de Estado.
El documento confirmó que el gobierno mexicano había hecho un buen negocio pues al ser el primer Boeing 787 que surcó los aires, tras haber servido como aparato de demostración, fue vendido 100 millones de dólares abajo de su precio de mercado.
Así es que el gobierno pagó 130 por el mismo y 100 más por el equipamiento que tanto critica el presidente de México, en desacuerdo conque tenga una oficina, una suite con regadera y todos los equipos de comunicación y seguridad que se requieren para transportar a un dignatario.
La única opción económicamente viable sería invertirle unos 15-20 millones de dólares, reconfigurarlo para transportar pasajeros con limitaciones de carga y que el ejército lo use para tareas que lo justifiquen.
Poner a Aeroméxico en el entredicho de entrar a un negocio para el que no está preparado, inevitablemente le generaría gastos y no ingresos.
Así es que desde ahora es previsible que en la aerolínea le den largas al asunto, para no confrontarse con el señor de Palacio Nacional, quien tarde o temprano, sacará a colación el tema del avión en una próxima mañanera.