A quien le molestó el enfoque de la columna que se publicó el martes en este espacio sobre la extrema laxitud con que se otorgaron los reconocimientos de los Pueblos Mágicos al final de la administración pasada fue a Rodolfo Elizondo, ex secretario de Turismo.
A diferencia de su predecesora, Gloria Guevara, quien sacó la “varita mágica” y en lugar de convertir la calabaza en carroza quiso volver a una multitud de pequeñas poblaciones en lugares de ensueño, Elizondo y su equipo sí aplicaron las reglas estrictamente.
El político panista recordó que “el programa se inició en los primeros tres años de Leticia Navarro como secretaria; si mal no recuerdo yo recibí el programa con no más de 15 pueblos; en los seis años y medio que siguieron llegamos a 35 y el propósito era no pasar de 40, con el fin de conservar la marca, observando el reglamento y que tuviera un riguroso seguimiento el desarrollo de los mismos. Incluso dimos de baja a tres de ellos por incumplimiento.
“Hoy hay 80 pueblos mágicos, 45 de ellos nombrados en los últimos dos años y medio. Me pregunto con qué presupuesto los van atender, cómo van a conservar la marca y la supervisión de los mismos.
“No quiero criticar, pero no me parece justo que paguemos justos por pecadores.
“Hay programas y hay ocurrencias.”
Hasta aquí el comentario de Elizondo, con argumentos en los que tiene toda la razón.
De hecho Carlos Joaquín, subsecretario de Operación Turística, quien conduce directamente este programa, ya tiene la instrucción de la secretaria Claudia Ruiz Massieu para mantenerlo cumpliendo con los criterios originales.
Aunque el nuevo funcionario no lo dice así, lo que esto debe significar es que sólo aquellas entidades y poblaciones que se “pongan las pilas” y cumplan con las obligaciones implícitas logren conservar la marca.
Esto no será fácil, pues en el camino surgirán presiones políticas, pero sin duda a todo el país le conviene que el reconocimientos hacia los Pueblos Mágicos se fortalezca, en lugar de que termine siendo un sinónimo de nada.
Divisadero
Conectividad. Casi a la sorda Carlos Enrique Hernández, quien durante años fue el director regional de Continental para México, empacó sus maletas y se mudó a la oficina de enfrente, esto es, a la de Delta.
El movimiento se dio tras la fusión de la primera con United, nombre que prevaleció una vez concluida la operación.
Hernández es un ejecutivo duro que no ha tenido una buena relación con las agencias de viajes, así es que ha privilegiado la venta directa de los asientos.
Habrá que ver sus resultados, pues históricamente Delta se ha caracterizado por tener una excelente relación de negocios con las agencias mexicanas.