Óscar Espinosa: cuando el poder mexicano cae sobre una persona

 
Alonso Gordoa
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El nuevo libro de **Óscar Espinosa Villarreal**, Claroscuros del Poder, en realidad son dos en uno: El de la historia documentada del injusto proceso judicial de que fue objeto y el de un político encumbrado que lo pierde todo, incluyendo su libertad, pero que en ese durísimo proceso encuentra el sentido de la vida.



Espinosa fue un personaje que creció en el sector financiero y que, desde el Piso de Remates de la Bolsa de Valores de la calle de Uruguay, vio nacer la fortuna de personajes como **Carlos Slim**, **Roberto Hernández** y **Alfredo Harp**.

Cuando ocupó la presidencia de la Comisión Nacional de Valores, en el sexenio de **Carlos Salinas**, algunos de sus amigos le decían El Picudo, mote que hacía referencia a su éxito en todo sentido.

Una característica que seguramente influyó para ser el “chivo expiatorio” perfecto, cuando **Cuauhtémoc Cárdenas** ganó las elecciones y lo reemplazó en la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal como primer político en llegar a esa posición vía las urnas.

Espinosa fue un tecnócrata y un convencido de la modernización económica de México, por lo que al arribar **Ernesto Zedillo** al poder, su vida dio un giro de 180 grados y de ser autoridad financiera y recaudador de fondos para el PRI, terminó gobernando la Ciudad de México.

Finiquitar el monopolio público de la Ruta 100 fue una historia gangsteril que le costó la vida a **Luis Miguel Moreno**, a quien colocó como director general.

Dentro de aquel enorme barril sin fondo que era ese sistema de transporte, había individuos radicales que apoyaron con recursos públicos actividades como el brote armado de Chiapas de 2004.

Al no cumplir con las elevadísimas expectativas que había generado Cárdenas a su llegada al poder, Espinosa y un fraude no comprobado por más de tres mil millones de pesos fueron el camino perfecto para desviar la atención de la opinión pública.

El elegido no sólo era un enemigo de la izquierda, sino un hombre de sonrisa permanente a quien siempre le iba bien y que ya entonces ocupaba la Secretaría de Turismo.

Espinosa, imbuido en los temas turísticos, no se defendió a tiempo siguiendo las instrucciones de Zedillo, quien luego lo abandonó, por lo que tuvo que librar una terrible batalla judicial sólo con su esposa, sus familiares y sus mejores amigos.

Historia indignante que sólo es posible dimensionar cuando ya están todas las piezas del rompecabezas juntas.

Al final, Espinosa no perdió por completo su suerte y, a un costo altísimo, descubrió lo importante en la vida: “La familia, los amigos de verdad, los satisfactores esenciales”.

Una lección humana y de realpolitik mexicana, al alcance de la librería.



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