Este martes, mientras Miguel Torruco, titular de Turismo, guardaba su varita y su sombrero seleccionador de la Escuela de Hogwarts, donde se formó Harry Potter, que seguramente usó para elegir los 45 nuevos Pueblos Mágicos, algunos se preguntaban si no, de paso, desaparecería la dependencia a su cargo.
No hace sentido que un equipo de cinco o seis personas haya evaluado más de 120 expedientes en 80 días para añadir tantos pueblos a una lista en la que había 132 localidades.
En un solo acto de magia, el funcionario la incrementó en 34%, cuando, claramente, muchos no cumplen con las condiciones.
Cozumel, por ejemplo, es el principal puerto de cruceros del mundo y ni le va ni le viene ser Pueblo Mágico; aunque Torruco seguramente quedó bien con Bernardo Cueto, titular de Turismo de Quintana Roo, y con la gobernadora Mara Lezama.
Las Islas Marías ni tienen servicios ni están a dos horas de distancia de un centro turístico relevante, como marcan las reglas, pero ya tiene su membrete.
Mientras, Córdoba es una ciudad industrial de Veracruz y no un simpático pueblito turístico.
Y Villa Nueva, Zacatecas, está en el estado más inseguro de todo el país.
Los comentarios filosos podrían ser muchos más, pero con eso basta para afirmar que abrir esta lista fue un movimiento político y no técnico; así que la segunda pregunta es: ¿por qué la prisa?
La expectativa es que esto sucedería en la Feria de Pueblos Mágicos que se realizará en noviembre en Pachuca.
Así es que a Torruco o bien le urgía quedar bien con alguno o algunos, pensando en su futuro o en el de su hijo, o siente cerca la “tijera presupuestal” del presidente López Obrador.
DIVISADERO
TODO INCLUIDO. Hace unos días, la Riviera Maya fue sede del Congreso Mundial Educacional (WEC, en inglés), que organiza la Asociación de Profesionales de Reuniones (MPI, en el mismo idioma), cuyo director ejecutivo es el estadunidense Kevin Kirby.
Uno de los anfitriones locales fue Javier Aranda, director del Consejo de Promoción Turística de Quintana Roo (CPTQ), quien descubrió en primera persona hasta dónde puede llegar esa tendencia que existe en el mundo por privilegiar los hoteles “todo incluido”.
Más allá de las mil 400 personas que asistieron a este evento, que salió por primera vez en 50 años de Estados Unidos y Canadá, lo que más sorprendió a los organizadores fueron los alcances de lo que hace 20 años era satanizado como un producto corriente.
Hoy, por un sobreprecio que no rebasa 25% contra un hotel en plan europeo, los profesionales de las reuniones disfrutaron de hospedaje, alimentos y bebidas.
Sin pasar por alto sus múltiples atractivos, como las playas, los sitios arqueológicos, la naturaleza, las compras y el azul turquesa del Mar Caribe, los congresistas disfrutaron un producto en el que cada quien consume a su ritmo sin reparar en cuánto les costará.
Aunque la mayoría de los asistentes eran de Estados Unidos y Canadá, hubo participantes de 23 países, incluyendo México, varios de Sudamérica, Europa y hasta de Japón.
Y si en la pandemia se habló de que, debido a la popularización de las tecnologías de comunicación personal nunca más habría el mismo número de asistentes presenciales, ahora la perspectiva es que habrá una asistencia creciente de asistentes físicos y a distancia.