Isla Margarita, un puerto para que vuelvan los cruceros

 
Alonso Gordoa
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El año pasado, cuando los voceros de las navieras estadunidenses declaraban que estaban retirando sus cruceros de los destinos del Pacífico debido a la violencia en México, la Secretaría de Turismo les envió una carta pidiéndoles evitar confrontaciones estériles.



Firmada por Gloria Guevara, titular de la dependencia, la misiva evidenciaba las verdaderas razones del cambio de las rutas y que no eran otras sino consideraciones de rentabilidad, debido a las características del negocio de los llamados “hoteles flotantes”.

En la década de los ochenta el combustible representaba un costo fijo, y muy pequeño, dentro de la operación de los cruceros, que se enfocaban entonces a buscar cómo ser mucho más eficientes a bordo, algo que han conseguido con creces.

Sin embargo, la Guerra del Pérsico en los noventa y todos los eventos posteriores que llevaron a las nubes el precio de los barriles de petróleo han provocado que el combustible sea un costo creciente y muy grande, y allí no pueden apretar a los proveedores o reducir al personal.

El combustible cuesta lo que marcan los precios internacionales y la única opción, entonces, ha sido quemar menos.

Como sucede con un auto que se desplaza a toda velocidad, forzar las máquinas provoca mayor consumo de combustible, así es que ahora a los cruceros les interesan tramos de navegación cortos y a baja velocidad.

Pero resulta que llegar de Ensenada a Los Cabos, en Baja California, representa lo contrario y por ello la naviera Carnival, la más grande del mundo, ha expresado su interés por invertir en un muelle de cruceros en la Isla Margarita.

Ésta se encuentra a la mitad de la península, en donde viven unos cientos de pescadores y donde funciona una pequeña base naval de la Secretaría de Marina.

En ella se encuentran, además, una zona de anidamiento de aves y una colonia de lobos marinos, además de muchas playas vírgenes.

Lo más importante para los barcos es que una parada allí durante un día, lo que en época de avistamiento de ballenas permitiría hacerlo en Bahía Magdalena, lograría el cometido de ahorrar combustible, además de que mejoraría la experiencia de viaje.

Los retos son, entonces, encontrar un modelo de operación que no dañe la vida silvestre, lograr que la llegada de los barcos genere derrama y mejore el nivel de vida de sus habitantes, que padecen todo tipo de carencias, y respetar a la autoridad naval.

Ésta sería una de las medidas más efectivas que podría tomar el próximo gobierno federal para reactivar la llegada de cruceros a los destinos del Pacífico mexicano, un paso que, además, debería ir acompañado de otras acciones como mejorar la calidad de los productos turísticos y desarrollar servicios que demandan los cruceros.



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