El político que cambió el poder por Enoturismo

 
Gustavo Armenta
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Gustavo Ortega Joaquín pertenece a una de las familias más poderosas de Quintana Roo. Desde hace décadas, siempre hay un o una Joaquín, por lo menos, en un cargo público en la entidad o a nivel federal. Basta echar un ojo al presente para comprobarlo: Carlos Joaquín es el gobernador, Pedro Joaquín es el secretario de Energía del país y su hijo, del mismo nombre, acaba de tomar posesión como presidente municipal de Cozumel.



Hace diez años conocí a Gustavo Ortega Joaquín en Cozumel, cuando aceptó darme una entrevista. Había sido secretario de Turismo del estado en la gubernatura de Mario Villanueva y en ese momento era presidente municipal de la isla.

De ese encuentro, lo recuerdo como un hombre muy serio y solemne, amable, pero con una gran aura de poder. Me impresionó el aparato de colaboradores con el que se manejaba, varios a su alrededor, tensos y siempre atentos a sus órdenes. Su actitud era más la de un gobernador que la de un alcalde. Sueño que no pudo lograr.

Una década después nos reencontramos, también para una entrevista, pero ahora en su calidad de empresario vitivinícola y hotelero, actividad que desarrolla muy lejos de su tierra, gracias al enfrentamiento que tuvo con Roberto Borge, quien prácticamente lo expulsó de Quintana Roo cuando fue gobernador.

Ortega Joaquín había hecho carrera política en el PRI, pero cuando le negaron la candidatura para la presidencia municipal de Cozumel se postuló por el PAN y ganó. Terminado su mandato, ocupó una diputación federal, desde donde intentó conseguir la candidatura para gobernador, pero no encontró apoyo en Acción Nacional. En esa elección, el candidato natural por el PRI era Carlos Joaquín, pero el gobernador Félix González Canto impuso a su delfín, Roberto Borge, y a Carlos Joaquín lo compensaron con una subsecretaría en Turismo federal. Seis años después, volvió a buscar la postulación, pero de nuevo fue vetado, ahora por Borge, quien también impuso a su delfín como candidato. En respuesta, Carlos Joaquín se lanzó por el PAN y PRD y ganó. Hoy es el gobernador.

Cuando comenzaba la gubernatura de Borge, Ortega Joaquín era diputado federal y acusó al gobernador de tener nexos con el narco, por lo que –según cuenta el propio Ortega Joaquín— su familia comenzó a ser hostigada, principalmente en sus negocios, así que prefirió salir de Quintana Roo y poner tierra de por medio.

“Mis planes eran retirarme poniendo un hotel Bed & Breakfast en Cozumel. Pero cuando llegó Borge al poder, yo tenía una confrontación con él, entonces dije: no me voy a quedar; voy a buscar dónde vivir, pero aquí no me quedo, porque era perder seis de los mejores años de mi vida”, cuenta.

Así que se asoció con José Luis Martínez Alday y su esposa Dolores López Lira, dueños de los hoteles El Dorado, en la Riviera Maya; de la aerolínea Maya Air, de la agencia Lomas Travel y de México News, entre otras empresas, quienes aceptaron con la condición de crear algo en grande y no un hotelito B&B.

De un viaje a Francia se trajo la idea de construir un hotel boutique con viñedo y un amigo le aconsejó que, si quería hacer buenos vinos, debía irse al Valle de Guadalupe, en Baja California Sur. Así lo hizo, compró 118 hectáreas tanto en Guadalupe como en los valles de Ojos Negros y San Jacinto y en la mayor parte de los terrenos plantaron viñedos. Dejó una porción para construir El Cielo Winery & Resort, con 97 villas de lujo frente a lagos y montañas, con tarifas que van de los 250 a 500 dólares la noche.

También tiene una línea de vinos Prémium, con quince etiquetas como Polaris, Sirius, Orión y Perseus. Inició produciendo tres mil cajas al año, pero con un crecimiento sostenido de cien por ciento anual, actualmente produce 35 mil.

Ortega Joaquín y sus socios han invertido en el proyecto 400 millones de pesos y tienen una planta de 300 empleados, más otro tanto de empleos temporales y los indirectos. Hoy no se parece al que conocí hace diez años. Es un hombre relajado, tranquilo, sin poses y buen conversador.

Hace dos años, cuando Carlos Joaquín ganó las elecciones en Quintana Roo, le pidió que fuera su secretario de Gobierno, pero rechazó la oferta. Pensó que era regresar a una vida rodeado de guardaespaldas, con ciento de problemas cotidianos de toda índole y corriendo riesgos al tener bajo su responsabilidad las cárceles, donde habitan decenas de narcos. Por eso dijo que no.

¿Entonces, de política ya nada? –le pregunto. “Nada, cero”, responde.

–Como secretario de Gobierno podrías construir tu candidatura a gobernador –le insisto.

–Sí, pero estoy contento con lo que estoy haciendo, estoy muy feliz –concluye, mientras el hombre que lo empujó a exiliarse hoy está en la cárcel.



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