A comienzos de marzo se anunciará oficialmente la fecha de inauguración del Gran Acuario del Mar de Cortés, en Mazatlán, hasta ahora prevista para finales de ese mismo mes o algún momento de abril; producto de una Asociación Pública-Privada (APP) y con una inversión de mil 800 millones de pesos.
La historia de este proyecto se gestó en 2017 cuando Quirino Ordaz, entonces gobernador de Sinaloa, estaba impulsando el proyecto del llamado Parque Central de Mazatlán y Ernesto Coppel, presidente de Grupo Pueblo Bonito, conformó un grupo de empresarios locales para sumarlos al mismo.
En una esquina del parque, Guillermo Zerecero, un empresario amigo de Coppel, le propuso construir un acuario que reemplazara al Acuario de Mazatlán, que ya había cumplido su ciclo de vida.
A Ordaz le entusiasmó la idea y dijo que la fórmula para hacerlo era a través de una APP y se comprometió a conseguir la parte del gobierno federal.
El entonces presidente Enrique Peña le autorizó 600 millones de pesos y Ordaz regresó con los empresarios y los urgió a realizar el proyecto ejecutivo, para poder bajar los recursos.
Coppel y el grupo de empresarios de la Unión Mazatlán, participaron para juntar los 7.2 millones de dólares que costó hacerlo; después Zerecero buscó aliarse con Alejandro Nasta, socio de Carlos Slim Helú en el Acuario Inbursa, quien dijo: “No busquen más, yo soy el bueno”.
Sin embargo, y tras ese ataque de entusiasmo, hizo números y dijo que un acuario con esa inversión no sería negocio en Mazatlán, comentario que cayó como una piedra.
Zerecero fue con Rodrigo Álvarez de los acuarios Michin quien también ofreció invertir los 600 millones, pero poco después reconsideró y se hizo a un lado.
Zerecero dice que ya para entonces su nerviosismo había evolucionado a un “preinfarto”, así es que regresó con Coppel y le dijo que él era el único mazatleco que podría hacer una inversión por ese monto a lo que, como dijera Fox en su momento cuando le pidieron que resolviera un conflicto entre dos televisoras, preguntó: “¿Y por qué yo?”
Pero después reconoció que ese Acuario podría ser la primera gran obra de ese Mazatlán del futuro con el que él y otros mazatlecos han soñado, aceptando con cierta tristeza que el principal polo turístico de Sinaloa se ha quedado rezagado respecto a otros destinos turísticos.
Fue así como se dio a la tarea de juntar esa cantidad, pero la vida le tenía deparadas otras sorpresas comenzando por la pandemia que detuvo la obra; la inflación en México y el mundo y los retrasos en que incurrió una estructura multidisciplinaria que requirió la participación de expertos de Estados Unidos, Japón, Dinamarca, España y Turquía por mencionar algunos países.
La obra civil se licitó y la ganó Meprosa de Los Mochis y luego hubo que pedir un crédito por 400 millones a Bancomext, que está garantizada no con las entradas al acuario sino con unos inmuebles de Grupo Pueblo Bonito.
Al final la obra costó unos mil 800 millones de pesos y abrirá con cuatro mil ejemplares de 200 especies, todos ellos proveniente del Mar de Cortés, descrito por Jacques Cousteau como el “Acuario del Mundo”.
En la concepción turística de Miguel Torruco, de todos los que menciona éste puede ser el primer “producto ancla”, un motivo en sí para ir a Mazatlán, una obra que quien visite México querrá conocer y al presidente Andrés Manuel López Obrador hay que reconocerle que no haya cortado los últimos tramos de una inversión pública iniciada en el sexenio anterior y hecha viable gracias a los recursos y visión de Coppel.
En el fondo de la plancha central del acuario, están las huellas de las manos de este empresario como un reconocimiento a que fue él quien evitó que el acuario terminara siendo un “elefante blanco” aunque, debido a su vocación submarina, quizá sería más apropiado hablar de una “ballena” del mismo color.