Huatulco, el valor de lo local

 
Gustavo
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Hace unas semanas regresé a Huatulco, luego de seis años. La última vez fue en 2011, el día en que el crucero Ocean Star Pacific llegó por la mañana y zarpó por la noche para incendiarse minutos después, cerca de la costa oaxaqueña, para nunca volver y tirar a la basura una inversión de cien millones de dólares y la promesa de la creación de miles de empleos y una derrama de 570 millones de pesos anuales entre los diferentes puertos que tocaría.



Fue uno de los últimos grandes golpes que recibió Huatulco, por la esperanza que se había puesto en la llegada regular de este fallido crucero, que resultó ser una carcacha.

Ahora que viajé de nuevo a este lugar, en realidad volé sin que mi expectativa fuera muy alta, pero mucho más allá de la belleza natural del sitio —la cual ya es conocida y no tiene discusión—, la variedad de actividades a realizar hizo que a mi vuelta a la Ciudad de México mi idea sobre Huatulco haya cambiado sustancialmente. Y puedo afirmar esto, sin que en ninguno de los cuatro días que estuve haya siquiera pisado la playa. Al mar sólo lo miré desde la terraza de mi habitación.

Esto significa que, sin recurrir a lo tradicional en esta ciudad, como asolearse en la playa y nadar en el mar, abordar el ferry que recorre las nueve bahías —con barra libre de bebidas desde temprano— o asistir a una cata de mezcal, encontré suficientes opciones de cosas diferentes que hacer, verdaderamente interesantes y, a la vez, lúdicas.

Por ejemplo, en plena zona hotelera se encuentra una singular tienda de artesanías —con piezas sorprendentes— que forma parte de El Sueño Zapoteco A.C., una fundación que tiene como objetivo principal construir escuelas donde no las hay, mejorar las que ya existen en zonas rurales y conseguir a los maestros que impartan las clases. Pasar un par de horas escuchando a quien dirige la fundación —una lingüista sueca que se enamoró de Huatulco y se quedó a vivir junto con su marido—, sobre la labor que desarrollan y sus vicisitudes para lograrla, para terminar recorriendo despacio la tienda en búsqueda de artesanías que llevar a casa, resulta un experiencia reconfortante y alentadora, además de muy entretenida.

Esa noche cené en el 7 Tavoli, un restaurante italiano muy recomendable, a cielo abierto, junto a la marina de Chahué, con lo cual comprobé que, poco a poco, este destino de Oaxaca ha ido incrementando y mejorando su oferta gastronómica, lo cual hoy en día es básico para competir en el ámbito del turismo.

Al día siguiente salí muy temprano hacia la sierra, para alejarme del mar y en menos de una hora estar a mil 200 metros de altura, con un clima templado, en la finca Don Gabriel, donde se conoce en directo el proceso de la producción y manufactura del café de esta región. Ofrece un incipiente servicio de hotelería, todavía un tanto rudimentario, pero las vistas que tiene desde los cuartos hacia la imponente sierra y sus precios tan baratos la convierten en una alternativa a considerar para una próxima visita. Sin duda.

Hace un año, en el aeropuerto de la ciudad de Oaxaca compré, un tanto al azar, una bolsa de café molido de nombre ‘Diamante’. Reconozco ser cafetero sin remedio y siempre ando en busca de nuevas opciones y sabores. Por eso fue que me llevé una enorme sorpresa cuando lo probé en mi casa. Se convirtió en mi favorito, pero nunca encontré un lugar donde comprarlo.

La finca Don Gabriel se localiza cerca del pueblo de Pluma Hidalgo, al cual fuimos después del recorrido por la propiedad. Y grande fue mi alegría cuando, al llegar al diminuto parque central de este pueblo enclavado en lo alto de la Sierra Madre del Sur, vi un expendio de café que luce un grande nombre: ‘Diamante’. Compré un par de kilos que, por fortuna, todavía no me termino.

Otra mañana, en Huatulco asistí a un tianguis de productos orgánicos, a donde concurren habitantes del sitio mismo y los alrededores. Esa es una experiencia muy como de pueblo, auténtica, donde vendedores y clientes se conocen, se saludan, platican. Ahí uno mira comprando jitomates ecológicos a los gerentes de los principales hoteles de lugar o a funcionarios o artistas, mientras una banda toca un poco de música en vivo.

No me alcanza el espacio para narrar todas estas nuevas experiencias que viví en Huatulco. Pero regresé muy entusiasmado al comprender el gran activo que para un destinos turístico representa su gente, su forma de vida y su organización local.



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