El tiempo es el peor enemigo del Tren Maya

 
Carlos Velázquez
hrs.

El miércoles pasado en una reunión con funcionarios de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, al presidente López Obrador se le escapó decir: “Lo del Tren Maya está cabrón”.



Hoy el principal adversario de la obra no son los críticos de la viabilidad del proyecto, ni los especuladores inmobiliarios, ni los ambientalistas y ejidatarios tratando de lucrar, sino el tiempo que corre implacablemente como si fuera, ese sí, un tren de alta velocidad.

Si el Secretario de Gobernación, Adán Augusto López, convenció al mandatario de que Javier May iba a lograr que el proyecto de infraestructura más importante de su gobierno se termine a tiempo, ahora es evidente que a todos los retrasos habrá que sumarle la curva de aprendizaje de este último.

En realidad el Presidente fue el primero en provocar los retrasos, primero cuando cambió la idea original de una asociación pública privada, para volverla una obra pública.

También provocó un retraso cuando rechazó las tasas que le cobrarían los bancos neoyorquinos con los que hablaron Rogelio Jiménez Pons, el entonces director general del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), y otros funcionarios de la institución.

Luego apoyó a los militares de que el tren corriera en medio de la carretera Cancún-Tulum, pero no sólo los empresarios turísticos pusieron el grito en el cielo por los congestionamientos viales que provocaría, sino que las características físicas del subsuelo exigían poner pilotos de refuerzo que habrían reventado no sólo los costos sino los plazos de construcción.

Mientras tanto, varios personajes con acceso al presidente le cuchicheaban que la solución era cambiar a Jiménez Pons, quien por cierto ya le había dicho que los franceses, con los mejores records de construcción de trenes, necesitaban al menos siete años para hacer el Maya y que sólo en China se mejorarían esos plazos pero con un gobierno autoritario donde impera la ley de “cúmplace le guste a quien le guste”.

El tiempo, entonces, jugó otra mala pasada pues en las semanas previas al relevo de Jiménez Pons éste cayó enfermo y no pudo acordar con López Obrador y luego él se contagió de Covid por segunda vez, así es que el presidente hizo el relevo sin que hablaran los dos.

May tiene fama de ser un personaje experto en mentir y en hacer cosas malas que parezcan buenas.

El primer día que fue a Fonatur, sus operadores le organizaron una entrada al edificio entre aplausos y porras como si fuera a salvar el mundo.

Sus complejos afloraron y uno de los elevadores es exclusivamente para él, pasa la mayor parte de la semana en el Sureste; mientras que el estacionamiento está medio vacío, porque le quitaron a muchos el derecho a dejar sus coches.

Más allá de estas anécdotas propias de un funcionario con estudios de preparatoria al que le dieron un “juguete” que vale decenas de miles de millones de pesos, ya hay datos preocupantes.

Como la renuncia de Reyna María Basilio Ortiz, su directora de Administración y Finanzas, pues cuando vio todo lo que tendría que firmar mejor corrió, antes de irse a la cárcel a fines de sexenio.

El tiempo sigue avanzando y Fonatur cuando mucho terminará dos terceras partes del Tren para finales del sexenio y el problema no se resolverá con May gritándole a los constructores y “echándoles” el águila encima, como acostumbra hacer.



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Periodista apasionado de los viajes y de entender y comunicar cómo funciona la industria del turismo.

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