Algunos acontecimientos como el reciente escándalo de Cambridge Analytica hacen que tomemos conciencia de las implicaciones que el manejo de nuestros datos puede tener y lo valioso que pueden ser para las empresas que se dedican a analizarlos.
Sin embargo, esto no es algo nuevo. En enero de 2011 la prestigiosa revista Wired UK, enfocada en analizar cómo la tecnología afecta la cultura, la educación, la economía y la política, publicó un artículo sobre la privacidad y para promocionarla envío una serie de portadas personalizadas a algunos de sus más reconocidos suscriptores, con algunos detalles como su domicilio, número móvil, cumpleaños e información de actividades recientes, como compras, sitios web visitados y eventos a los que habían asistido e, incluso, información de algunos parientes y amigos.
Lo más relevante es que para recopilar toda esa información no se infringió ninguna ley, todo se basó en fuentes legales y gratuitas donde la información está a la vista de cualquiera que quiera prestarle atención. El resultado es cuanto menos escalofriante, claro que después piensas la de cosas que compartes en las redes sociales y te das cuenta de que la culpa es toda tuya. Esto es lo que significa el fin de la privacidad tal y como la conocieron nuestros padres.
Ya a nadie sorprende que Amazon nos sugiera algún producto, Netflix nos recomiende una película o Spotify nos proponga escuchar una canción que probablemente nos gustará con una precisión asombrosa.
Sin embargo, lo que sí podría sorprendernos es saber que la mayoría de los datos del mundo no se utilizan. Según un documento técnico del ecosistema Ocean Protocol, que busca fomentar el intercambio de datos y servicios asociados a través de herramientas de inteligencia artificial, solo se analiza el 1% de los datos del mundo.
Conforme aumenta la digitalización de la sociedad, cada año se producen más datos. En 2010, el mundo produjo 1 Zettabyte (ZB) de datos. Recordemos que las fotos digitales se miden en Megabytes (106), los discos duros en Gigabytes (109) y Terabytes (1012) y luego tuvieron que surgir otras medidas de almacenamiento, como los Petabytes (1015), Exabytes (1018), y Zettabytes (1021).
Para tener una referencia de lo que es un Zettabyte, pensemos que el iPhone X estándar tiene 64 Gigabytes, es decir que esa medida es más de los que pueden almacenar quince mil millones de iPhones X.
Esa cifra puede parecer muy grande, hasta que prestamos atención al hecho de que, en 2016, el mundo produjo 16 ZB de datos y los expertos predicen que para 2025 producirá más de 160 ZB. Pensemos en el rastro digital que dejamos tras de nosotros cada día, al enviar mensajes, hacer búsquedas, escribir comentarios a las publicaciones de otros, realizar compras en línea, pedir un transporte o comida a domicilio, escuchar música, trasladarnos a algún lugar con la ayuda de un navegador y un largo etcétera. Cuando estos datos son analizados por los cada vez más potentes algoritmos de inteligencia artificial (AI) los resultados pueden ser sorprendentes.
La industria turística también es un gran generador de datos. Pensemos en todo el rastro que deja un turista moderno al planear su viaje, hacer sus reservaciones y compartir su experiencia. Conforme aumente la explotación de toda esta información, veremos aplicaciones sorprendentes.
Algunos acusaron a Cambridge Analytica de usar datos de Facebook para influir en las elecciones. Si eso es cierto, los datos pueden ser utilizados para fines verdaderamente trascendentes, buenos o malos. La ética cada vez tiene más implicaciones en el uso de la tecnología.
Esta nota se ha tomado de los apuntes del curso Informática para el Turismo, de la Licenciatura en Administración Turística de la Universidad Anáhuac.