Saffron, sabor tailandés en Acapulco

 
Laura Rodriguez
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¿Qué ha pasado con ese Acapulco que no termina de ponerse en pie después de que el huracán Otis dejara edificios semi desnudos, hoteles cerrados que no han podido reabrir o restaurantes que definitivamente ya no volverán?



Uno de ellos es El Cabrito, casi enfrente del viejo centro de convenciones y donde la comida norteña era deliciosa; un lugar de visita obligada en tantos Tianguis Turísticos a los que tuve la oportunidad de asistir en el pasado.

Los trabajos de reconstrucción se ven aletargados pero constantes, por ello fue una buena noticia saber que el hotel Banyan Tree ya reabrió sus puertas, aunque no lo hizo de la mejor manera dada la categoría de este hotel de súper lujo.

El sponsor y yo hicimos una reservación a través de OpenTable para el restaurante Saffron, de comida tailandesa y puedo decir que la experiencia tuvo “claroscuros” oscilantes entre un servicio criticable, buena comida y un paisaje inmejorable.

El primer aspecto que nos molestó fue la entrada al desarrollo, pues un vigilante grosero y mal encarado nos quería negar el acceso porque aseguró que no estábamos registrados. Cuando le mostramos la aplicación de reservaciones entonces respondió, “no la necesito” y tres minutos más tarde nos dejó pasar de mala gana, como si no mereciéramos pasar una buena velada.

Para acceder al restaurante que se encuentra en la parte interna del hotel hay que hacerlo en un carrito al que tuvimos que esperar otros 10 minutos para que alguno de los botones se dignara a proporcionarnos ese transporte.

Recuerdo que las veces anteriores que fuimos a ese restaurante nos remitía a Bangkok, pero con brisa guerrerense, era elegante, de buen gusto y muy acogedor; en cambio ahora es una construcción blanca, digamos que moderna y con personalidad minimalista muy alejada de la imagen que guardaba en la memoria.

Lo que sigue intacto es ese paisaje desde lo alto de un acantilado para ver cómo se escurre el sol en cámara lenta y da paso a las velas encendidas en las mesas dándole un matiz romántico; bueno, si no te toca la lámpara que apunta a la cabeza del comensal quien después de media hora está a punto de confesar hasta los pecados que no cometió…

Una travesura asiática

Como el aire acondicionado no funcionaba la opción fue quedarse afuera sí o sí y el sponsor que es muy triquis con el asunto de los bichos, advirtió casi con horror que una mantis religiosa se había posado en su pantalón dispuesta a acompañarlo en su cena.

El menú sonaba prometedor, con nombres impronunciables y descripciones largas. Para comenzar ordenamos el Goong Sarong, que son unos camarones gigantes elegantemente envueltos en fideos de arroz crujientes acompañados con un chutney de mango y chile que parecía más un susurro frutal coqueteando con el picante. 

Cuando el sponsor pidió la carta de vinos, un camarero de amplia sonrisa, le respondió que aún no tenían una, pero que le dijera como que se le antojaba para ver qué nos podía ofrecer; una respuesta espantosa para un aficionado que disfruta revisando las etiquetas, evaluando precios e incluso preguntando por las añadas.

Como Glotón Fisgón en busca de un sabor tailandés con alma, encontramos la Tom Kha Gai que es una sopa de coco que invade las papilas gustativas con la hoja de lima kafir, pollo, galanga y brotes de cilantro, que deja un retrogusto sutil y prolongado. 

También pedimos el Som Tum, esa ensalada tailandesa, que es mi preferida, con papaya verde que suele llegar como una bofetada de sabores ácidos, salados, picantes y dulces por la combinación de sus ingredientes crocantes en su mayoría. Esta se veía fresca y bien presentada, pero del picor nada, le faltaba esa travesura; era como una influencer bonita aunque pudorosa que llega a una fiesta con escote, pero se tapa con un chal.

Pero el momento de la verdad vino con el Agent Kiew Wan Gai, un curry verde de pollo, guisado a fuego lento, con el color correcto, el aroma sutil y la promesa de un gran sabor latente; venía acompañado de tres tipos de arroz diferentes; el blanco, el integral y uno con azafrán. De este plato el sponsor no dejó ni rastro.

El momento de los postres se presentó, pero para esta opción tampoco había una carta, así que con la decepción en la cara, pedimos la cuenta. Si el Saffron fuera una taquería de la costera las expectativas sofisticadas estarían fuera de sitio, pero debemos recordar que Banyan Tree se ostenta como una de las marcas hoteleras high end a nivel mundial.

Los propietarios hicieron ya lo más difícil, ponerlo de pie nuevamente; pero deberían recordar que “el diablo está en los detalles” y no se deberían permitir tantas fallas.



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