Es innegable la influencia que las redes sociales tienen en el público consumidor, pues ponen al alcance de la vista cualquier antojo y si uno es Glotón y Fisgón, cae redondito.
Justo eso me pasó con La Puerca Pecadora, un concepto súper goloso del chef Antonio Mendoza que dió origen a una serie platillos para darse un atracón de carne de cerdo.
Según los cánones de las grasas y las calorías no es la comida más light. Efectivamente no, no lo es, pero de vez en cuando debería estar permitida una deschongada y atreverse a pecar. Total, después me confieso con la nutrióloga.
¿Cómo resistirse a la “pigaña”? Un enorme trozo de diversas partes del cerdo ensambladas, maceradas y adobadas con la receta secreta del chef Antonio hasta formar un “molote” gigante que será asado a las brazas hasta alcanzar un dorado perfecto, sellando la humedad en su interior.
Posteriormente es llevado durante horas al horno a una temperatura baja para darle una cocción lenta y tortuosa, para que la carne sude y suelte toda su “jugosidad”.
Cuando está en su punto el chef la retira de la charola y el espectáculo comienza, pues es rebanada en su totalidad para dar paso al festín de los pecados.
Los 7 pecados
Mi error fue llegar con demasiada hambre al local que se encuentra en la calle 3 numero 28 de Herón Proal ya que previamente habíamos acudido al de Parroquia en la colonia del Valle, pero por un desperfecto en su cocina no había servicio.
El antojo por un trozo de pigaña era lujurioso, por lo que no nos importó recorrer un trayecto de mas de media hora hasta la matriz de los pecados con tal de probarla.
Con avaricia, ordené el plato estrella: la “puercaña”, que consiste en una baguette doradita de 26 centímetros retacada de carne de puerco; pero la vanidad, me hizo pensar que era mejor compartirla con el sponsor, así la culpa iría a medias.
Vi con envidia como los platos de otros comensales llegaban hasta su mesa y los nuestros seguían en proceso, debo mencionar que el lugar estaba lleno y había lista de espera de al menos otra media hora.
Para bajar la ansiedad nos llevaron un potente caldo de huesos con todo el sabor con el que maceran la carne, de paso sea dicho estaba buenísimo.
El peor de los pecados para un glotón se hizo presente y con gula nos dejamos ir como gorda en tobogán pidiendo también una ¨quesabirria¨, un taco de cochinita y ¿por qué no?, El oro de ley, que es un taco de pigaña con queso doradito sobre tortilla de harina. ¡Que Dios me perdone!
Sentí que la ira se apoderaba de mi después de haber solicitado varias veces una taza de café, un jugo de maracuyá con mango o algo con que bajarme ese festín de cochón que se me atoraba en el ¨cogote¨.
Un campo de oportunidad de este comedero es capacitar a la gente que se encuentra en la línea de servicio, ya que es muy lento para tanta demanda.
Debo reconocer que incluso dicha falla de este negocio familiar se salva por la sonrisa y buen modo de María del Socorro, la mamá del chef Antonio que logra mantener en calma a los demonios de todo aquel que espera saciar el hambre.
Con la pereza haciendo acto de presencia nos fuimos de allí con el único deseo de dar rienda suelta, literalmente, al “mal del puerco”.