Edmonton de prisa

 
Laura Rodriguez
hrs.

Edmonton. ¿Qué hacer cuando tienes pocas horas previas a pernoctar en un lugar antes de continuar al día siguiente con tu viaje? 



No se me ocurre nada mejor que lanzarte a las calles y caminar la ciudad para descubrir sus encantos y, de paso, un buen lugar para cenar y eso hice en Edmonton.

Busqué en la guía Michelin opciones interesantes había para saciar mi solitario apetito cerca del Fairmont Macdonald, en el corazón de esta ciudad canadiense, y para mi asombro acá no pinta. 

El día era espléndido, así que sin pensarlo más arranque camino para ver como esta ciudad me sorprendía. Me recomendaron algunos museos, pero, por el horario el único disponible sería el de Neon, que está al aire libre.

Conforme avanzaba, me percaté que el perfil de los transeúntes transmutaba de oficinistas que se mueve de prisa a una suerte de zombies que lo hacen en cámara lenta con la mirada perdida en el infinito y hablando con el más allá.

Sin respetar edades, sexo o raza, los efectos de esas sustancias que llevan a la mente a la felicidad efímera o al limbo de su realidad, van dejando despojos humanos por las banquetas.

La tarde caía y yo como buena chilanga impuesta a los riesgos de una gran ciudad, decidí apretar el paso para llegar a mi destino; solo para enterarme que las dichosas luces de neón estaban apagadas.

Con la misma velocidad deshice mis pasos dejando atrás a varios zombies caídos y regresé al hotel frustrada y con más hambre que al inicio de esa fugaz caminata.

Todo un festín 

Pero Dios protege al hambriento de buen corazón y me encomendé a todos los santos para no terminar cenando un room service. Justo llegando al hotel me encontré con un grupo de periodistas que asistirían al mismo evento turístico al que iría a Jasper. 

Una de ellas de origen chino sugirió un restaurante cuya entrada estaba escondida tras una máquina expendedora de refrescos.

¡Mi plegaria fue escuchada! Así que acepté sin chistar esa espontánea convocatoria ya que un Glotón Fisgón nunca deja pasar la oportunidad de comer bien y, sin más, me puse en camino de vuelta a las calles del horror. 

Llegamos al Fu’S Repair, un speak easy decorado al más puro estilo chino de muros rojizos y faroles colgantes y fue todo un descubrimiento. 

 Mi colega china, experta en el tema, ordenó todo tipo de viandas para compartir, mismas que llenaron la mesa.

Todo inició con una colección de dumplings: de camarones y de cerdo perfumados con aceite de trufa; otros más crujientes con salsa xoxo y tobiko; los cocidos al vapor con vegetales y hasta en sopa llegaron. 

Un festival de texturas que se debatían entre el yin y el yang de los sabores.

Los noodles no se hicieron esperar; esos platos con fideos gruesos como popotes acompañados de cordero y verduras, con un toque picosito o los delgados cabellos de ángel de arroz, preparados con un toque de curry y vegetales del día. Las regiones definen los estilos los hay caldosos o secos, dependiendo si son de Shanghai, Szechuan o Cantón. 

Para ese momento cada quién ya había ordenado su plato fuerte, yo elegí los tacos de pato: A diferencia de otros lugares, aquí la carne viene confitada, tierna por dentro y dorada por fuera se deshace con facilidad para formar el taco, en compañía de diminutos pepinillos, tomates deshidratados y aceite picante, sin faltar las tradicionales crepas estilo mandarín.

Vaya sorpresa

Al terminar este festín que rompe la barrera de los idiomas unificándolos en un constante, mmm, it´s delicious, a mis compañeros les pareció que la noche era joven y que lo conducente seria caminar para bajar la opípara cena.

A pesar de mis advertencias sobre el triste espectáculo callejero que había presenciado esa tarde, uno que jugaba de local insistió en que era seguro adentrarnos en la vida nocturna de Edmonton.

Así que tras declarar que no somos machos, pero somos muchos, me uní al grupo andariego antes de elegir regresarme sola.

Al pasar por las mismas calles que unas horas antes pesaban en mi ánimo, para mi sorpresa ya no había muertos vivientes deambulando por ahí.

Ahora el ambiente era desenfadado y bullicioso, los restaurantes y bares emitían sonidos de fiesta, de alegría, de vida y yo le insistía a uno de ellos: Te juro que los vi.

Todavía me preguntaba ¿a dónde fueron a parar la mujer que convulsionaba, el joven inconsciente que parecía haber encontrado el sueño eterno o la pareja que se arponeaba tras los pilares de un edificio?

No lo sé, estoy segura de que no lo soñé, pero la culminación de esta paradoja fue que cuando llegamos a la calle del Museo de Neón y las luces brillaban con una intensidad desbordante.



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