Un viaje inesperado y esencial me llevó este fin de semana hacia Corea del Sur. En medio de la pandemia me preguntaba ¿cómo sería tomar este vuelo rumbo a Asia? ¿Qué medidas iba a tomar?, y si la nueva forma de volar sería cómo lo había estado escribiendo durante los últimos cuatro meses.
Era momento de comprobarlo.
La fecha prevista para partir del país fue el 7 de agosto y arribar el 8 en el Aeropuerto Internacional de Incheon.
Lo que sería un vuelo de 14 horas, más 3 horas extras del aeropuerto siguiendo las medidas y los protocolos, se convirtió en una travesía de 24 horas.
Diez de ellas, dentro de una sala de espera en el aeropuerto en un espacio de 2 x 4 metros cuadrados.
La odisea inició a las 5 de la mañana a mi llegada al aeropuerto de Incheon.
Alerta mínima, no sales del aeropuerto
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El primer filtro que tuve que pasar fue en la Ciudad de México que , pese que se han instalado módulos de check in digital, no funcionan siempre. En mi caso no pude hacer uso de ellos debido a que el país me pedía un formulario que tenían que darme en ventanilla, en el que me comprometía a seguir los protocolos y pagar la cuarentena obligatoria que tiene un costo alrededor de 1 millón 680 mil wons (1,530 dólares).
La cuarentena obligatoria se trata de estar encerrada en un hotel por 14 días, yo tuve que aceptar el programa del gobierno ya que no tenía otra opción.
En otros casos, se puede optar por un Airbnb y casas que se rentan únicamente para pasar estos días encerrados.
A mi arribo a Seúl, el siguiente paso fue bajar la aplicación de monitoreo que tiene el gobierno, si no lo bajas y no te registras, no puedes entrar al país.
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Es indispensable para ser monitoreado por las autoridades.
El siguiente tema fue la temperatura. Aquí se define el tiempo de espera. Lo primero que noté es que no importa de qué país vengas, ni si tienes nacionalidad coreana o eres extranjero, aquí todos tienen que dejarse tomar la temperatura.
Las personas tenemos que obedecer los lineamientos de sana distancia y además hay cámaras con filtros para detectar la temperatura en el cuerpo. Si tienes arriba de 37.5 grados te dirigen directamente al equipo de revisión.
En mi caso me quedaba claro que no tenía ningún síntoma; sin embargo, sí me sentía acalorada por el cambio de temperatura.
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Así, varias personas que arribaron en el mismo vuelo que yo pasamos a esta sala de espera en donde me aplicaron el cuestionario, me verificaron nuevamente la temperatura, cambiaron el cubrebocas por un quirúrgico, firmé varios papeles y se quedaron con mi pasaporte.
Quedé sorprendida con la seriedad que le dan al asunto. La protección que noté en el aeropuerto es de otro nivel: toda la zona de cuarentena tenía guantes, cubrebocas, caretas, desinfectante, ventilación.La mayoría protegidos de pies a cabeza.
Además de tener zonas específicas asignadas para cada situación, zonas que desinfectan continuamente, baños únicos para las personas que aguardaban en la sala de espera asignada que, como yo, al menor síntoma son detenidos.
Reclutada
Me brindaron una especie de sábana hecha de papel y me asignaron un lugar en el suelo. Eso sí, me dieron alimentos. Luego tuve que esperar al siguiente paso: la prueba de Covid-19.
Las pruebas en el aeropuerto no se pagan ya que son parte del proceso para dejarme entrar o bien enviarme a un hospital.
Los resultados tardan entre 4 a 6 horas, pero me parecieron más, fue una larga espera. Llegó la hora de la segunda comida y yo seguía en el aeropuerto.
Para ese momento, me sentía segura pero ya un poco cansada por todo el tiempo de espera.
¿Por fin libre?
Recibir los resultados negativos es lo que más ansiaba en esos momentos. Otra mexicana bromeó que los nervios eran tal que pareciera que esperábamos la prueba de embarazo. Me sentí aliviada cuando supe que no tenía que ir al hospital, en ese caso los gastos correrían por mi cuenta ya que por mi calidad de turista el gobierno no los paga.
El siguiente y muy importante fue justificar mi entrada, ésta depende de un tercero, migración necesita los datos de la persona quien, de cierta manera se hará responsable de mi y de mi entrada al país.
Hacen una llamada rápida, verifican número y dirección de dónde me hospedaré en los próximos meses, comprueban que es real. Un alivio. No sé exactamente qué sucede con los turistas que solo quieren visitar Corea del Sur, sin embargo la prioridad, como pude percatarme, no son ellos.
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Estas medidas aunque parecen rígidas, en realidad se deben a que al inicio de la pandemia Corea del Sur logró disminuir el número de contagios sin necesidad de cuarentenas obligatorias como en México u otros países.
Con esto logró bajar el número de casos, ya que el testeo rápido evitó la propagación masiva de Covid-19. Sin embargo, la entrada de turistas y de otras actividades siguen sin poder eliminar por completo los casos de Covid aunque es uno de los países más exitosos en temas de acción contra la pandemia.
Hasta el miércoles 12 de agosto, el país identificó 54 casos nuevos, incluidas 35 infecciones locales, lo que elevó el total de casos en el país a 14.714, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Corea del Sur.
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Por fin, después de tanto papeleo ¡pude entrar a Seúl!, migración me devolvió mis documentos, me otorgó una tarjeta roja y me pidió continuar.
Cuando parecía que ya por fin terminaba todo este proceso, que me tuvo detenida desde las 5 am que llegué, pasé a un último filtro: seguridad.
La primera vez que llegué al aeropuerto en 2018 a través de esta misma terminal 2 de Incheon los pasillos estaban llenos, hoy era todo lo contrario, estaba casi vacío, con mesas de seguridad, cámaras y personas que me indicarían el siguiente paso.
Tomé asiento, aguardé unos minutos y entonces la policía me sacó y no dejó de vigilarme hasta que me subí al autobús que me traería directamente a mi hotel, mi destino final y el cual desconocí, hasta mi llegada. Acompañada del chofer y de un guardia de seguridad. Me sentía una criminal.
Los protocolos no terminaron ya que a mi arribo al hotel se sumaron unos extras.
Tuve que pagar en una sola exhibición el monto total de mi estadía obligatoria y con ello iniciaría mi cuarentena de 14 días encerrada en un hotel en Myeongdong, monitoreada a través de la aplicación y mi GPS, mandando reportes de mis síntomas dos veces por día, sin poder salir más allá de la puerta.
Únicamente puedo recoger mi comida, escucho anuncios que suenan todo el día acerca de los lineamientos que debo guardar durante mi estancia en Corea del Sur. Cualquier falta será castigada con multas o 5 años de prisión.
Los días pasan y lo único que tengo de compañía es una televisión y una ventana que me da el anhelo de que cada vez quedan menos días y con ello la esperanza de que todo este tiempo invertido valdrá la pena.