Por Wendy Garrido
Había visto nevar un par de veces. Pero me faltaba esquiar. Las montañas y pinos pintados de blanco fueron para mí una puesta en escena. El auto avanzaba entre las curvas de la montaña y abrí la ventana para sentir el viento y ver mejor la nieve. Mis dientes se mostraban a la menor provocación.
Estaba feliz por sentir ese viento frío y seco que caracteriza a la nieve de Utah y que es tan distinta a la de otros lugares como Canadá o Francia.
Bringhton Ski Resort en Uta
Un día antes había caído una tormenta de nieve. La nieve estaba fresca. Lista. Esperándonos para deslizarnos en sus montañas. Cuando llegamos tenía una mezcla de miedo y expectativas. Estaba nerviosa.
Las botas de esquí, los calcetines, los pantalones, los overales, la playera, la sudadera, la chamarra, las gafas, el gorro, todo térmico, especializado, me parecieron antinaturales. Pesados. Molestos. En la Ciudad de México estaban a 25 grados centígrados y aquí estábamos a -1 un grado.
Cuando me puse los esquís pensé que no podría. Que no debería. Que era demasiado. No podía deslizarme, traté de empujarme con los palos. Nada. Comencé a sudar. Vi las montañas del Bringhton Ski Resort en Utah, me parecieron magnificentes. Imponentes.
***
Tuve que tomarme un par de horas en la zona de llegada para familiarme con la nieve, observarla, contemplarla. Jugar con ella. Sentirme parte del lugar. Respirar y atreverme a subir a la montaña para deslizarme. Comí y bebí algo en el bar restaurante. Hablé con locatarios. Me relajé.
Me subí al teleférico y regresaron los nervios. Mi acompañante me dio confianza. Me explicó cómo bajar y las cosas elementales. Respiré nuevamente. No pude bajar del teleférico y me tuve que aventar. Caí. Me ayudaron a levantarme. Me dio vergüenza. Un par de lágrimas de frustración y emoción aparecieron. Me deslicé y me asusté. Me tumbé en la nieve.
Mi acompañante se fue a practicar snowboarding. Me quedé sola sintiendo el sol en la cara. Viendo practicar esquí y snowboarding. Las personas paraban para preguntarme si necesitaba ayuda. Me deslicé nuevamente con lo poco que sabía. Aprender a frenar es lo más importante. Regresó mi acompañante y lo intenté. Niños a mi alrededor lo hacían mejor. Tuve que esforzarme lo doble. Vencí mi inseguridad.
Me dejé llevar. Comencé a deslizarme moviéndome en zig zag y frenando para no caer. Sonreí. Me felicité por intentarlo. Por soltarme y experimentarlo. Seguí en el área de principiantes toda la tarde. Los niños seguían haciéndolo mejor que yo. No me importó. Lo disfruté.
El atardecer apareció mostrando un azul en el cielo distinto. Bajamos la montaña. Nos fuimos. Acaricé mis pies durante todo el regreso. Las piernas me temblaban del esfuerzo. El viento era más helado. Cumplí un deseo. Viví una nueva experiencia.Quiero regresar pronto. Volver a intentarlo. Desafiarme para desplazarme mejor.
*Este artículo es una donación de Wendy Garrido quien recientemente fundo su medio Tripulante MX