En el año 2000 viajamos en diciembre mis hijos Paola y Manuel y Carlos, mi esposo, por primera vez todos juntos a Europa; volamos de París a Venecia y cuando llegamos al aeropuerto italiano descubrimos que para llegar al hotel teníamos que tomar un “vaporeto”, un barquito.
El hotel en que nos hospedaríamos había un atracadero, pero por nuestra “inexperiencia”, para no decirle más feo, nos bajamos en el muelle principal y caminamos arrastrando las maletas en medio de una lluvia helada de invierno.
Llegamos escurriendo y los empleados de la recepción nos vieron como bichos raros y tras confirmar nuestras reservaciones, no omitieron comentarnos que para la próxima el vaporeto nos podía dejar a 20 metros del hotel y que había un camino techado hasta la entrada.
Pasaban de las nueve de la noche y también nos comunicaron que el único restaurante abierto era el propio, pero no les creímos, pues nos urgía salir a caminar por Venecia, y tres cuadras después mi hija vio que efectivamente había un establecimiento abierto.
Un lugar obscuro, pero muy animado y con mucha gente, donde probamos la bebida de la casa que eran los Bellinis, mezcla de jugo de durazno natural con proseco y nos pareció tan buena que nos tomamos cuatro cada uno.
Cuando llegó la cuenta descubrimos que cada brebaje costaba 15 euros y por poco nos dio un infarto al convertirlo a pesos, pues superaba por mucho nuestro presupuesto. Si eso costarán todas las cenas vamos a quebrar, dijimos. También entendimos el viejo refrán que dice: “el que convierte no se divierte”.
Después descubrimos que habíamos estado en el Harry´s Bar, uno de los restaurantes más chic de Venecia.
La comida siguió siendo muy importante para mi esposo y para mí, y con el afán de entrenar el paladar de mis hijos, en el recorrido nos esmeramos en elegir los sitios más auténticos y hasta sofisticados que pudimos; pues hasta la fecha sostenemos que la gastronomía es un componente clave de una gran travesía.
Con esa visión nos movimos por carretera hacia otras ciudades y después de una semana les dimos la sorpresa de que ellos decidirían dónde comer al día siguiente; entonces se miraron entre sí y respondieron: “Vamos a McDonald´s, morimos por una hamburguesa, ya no queremos cosas raras, ni platillos gourmet”.
Nos reímos mucho y aceptamos de buena gana, pues entendimos que lo realmente importante era que toda la familia la pasara bien.