Por Anaid Díaz
¿Alguna vez han tenido un sueño muy, muy grande? Esos que no te puedes sacar de la cabeza. Viajar a Europa era mi más grande sueño. La fecha: 13 de diciembre. Las ciudades: París, Roma, Florencia, Barcelona y Madrid, que amaba sin conocer, por las canciones de Joaquín Sabina.
Llegó el día. No podía creer que varios sueños verían la luz: viajar sola, pasar Navidad y Año Nuevo fuera de casa, en otro continente y, si todo iba bien, conocer a Sabina.
La primera parada fue París. Subir a la cima de la Torre Eiffel, cruzar el Río Sena una y otra vez, ver la Mona Lisa y maravillarme en el Ópera.
Roma, la siguiente ciudad. Me sentí la mujer más afortunada al pedir un deseo en la Fontana di Trevi, comer todos los gelatos y pastas que se atravesaban en mi camino.
De país a país, ciudad a ciudad llegué a Barcelona y la recorrí con Sabina en los oídos, lloré de la emoción cuando vi la playa y canté:
“Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto”.
Ahí me conocí mucho. De lo valiente que soy, de lo plena y absolutamente que me sentía. Pasé la Navidad más rara, cenando y hablando con un argentino desconocido que ha viajado a Barcelona cada año desde hace cuatro.
Pero lo mejor estaba por llegar…
Madrid, la Madrid de mis sueños, de mis canciones, películas y series, de Joaquín Sabina, de la Cibeles, del metro y sus estaciones: Tirso de Molina, Sol, Gran vía, Tribunal. El corazón me sigue latiendo a mil, la sonrisa me sale así, solita y los ojos me brillan como cuando escuché las campanadas de Año Nuevo en la Puerta del Sol.
La cereza del pastel. Lo que hizo mi primer viaje a Europa perfecto. Hospedada en la Calle Relatores, frente al edificio que, según mis investigaciones, vive Joaquín Sabina, conocí a Pablo, un trovador argentino y sabinero. La primera noche me dijo que seguramente conocería a mi ídolo y al día siguiente, fue mi cómplice: tocó cada una de las puertas del hostal gritando “Ana, Ana”, hasta que me encontró y me dijo “sal que está Joaquín Sabina aquí afuera”.
Mi corazón se detuvo. Tomé mi chamarra, los tenis, la carta que le escribí y salí en pijama corriendo, llorando y temblando, como cuando venían los reyes magos. Lo ví a unos 30 metros y simplemente estaba en shock. Me acerqué y lo miré fijamente con los ojos llenos de lágrimas; él se rió y me besó la mano para luego abrazarme.
Joaquín -le dije- vine desde México solo para verte, porque esperaba encontrarte, por eso me hospedé aquí.
– ¡Hombre muchas gracias! Y además viniste en pijama.- Me dijo con su voz rasposa.
Llorando como una niña le mostré el tatuaje que tengo en el hombro con la palabra “Ojalá” por su frase: “nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos” y le entregué la carta que habla de cómo su música ha sido el soundtrack de una de mis historias de amor.
Me agradeció con otro abrazo y el temblor de mi cuerpo nunca paró. Me despedí y le dije: “Gracias por cambiar mi vida flaco, ojalá que volvamos a vernos”, a lo que me respondió cantando: “ojalá que te vaya bonito”.
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